San Juan Bosco MARÍA SANTÍSIMA era hija de San Joaquín y Santa Ana, descendientes ambos de la real estirpe de David, de la tribu de Judá. Aquellos dos buenos consortes eran muy ancianos ya y no tenían prole, cuando Dios, en premio de las fervientes oraciones que le dirigían, quiso consolarlos concediéndoles una hija, a quien pusieron por nombre María. A los tres años de edad la presentaron en el templo, para que se dedicase, con otras vírgenes a trabajos de manos y las cosas del divino servicio. Habiendo llegado a la edad de tomar estado, respondiendo a una voz celestial, fue desposada con San José, varón santísimo, oriundo de Nazaret, quien vivió con ella como si fuese su hermano. Después de breve tiempo, el Arcángel Gabriel fue enviado a anunciar a María la sublime dignidad de Madre del Salvador, con estas palabras: —Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas la mujeres. María se turbó al ver al Arcángel, y aún más al oír sus palabras, pero este la tranquilizó, diciéndole: —No temas, María, porque has hallado la gracia delante del Señor. Serás Madre de un Hijo al cual llamarás Jesús. Será grande y será hijo del Altísimo; reinará eternamente en la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin. Cerciorada María de que todo era obra del Espíritu Santo y que ella conservaría siempre intacta su virginidad, se sometió a la voluntad del Altísimo, diciendo: —He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Nacimiento del Salvador
Hacia el año 4000 de la Creación del mundo, habiendo paz en todas partes, empuñando el cetro de Judá Herodes el Grande, bajo el imperio de César Augusto, María Santísima y San José, obedeciendo las órdenes del emperador romano, se trasladaron a Belén, para inscribir sus nombres en los registros del Imperio. Estando todas las posadas de la ciudad llenas de forasteros, tuvieron que salir de ella y refugiarse en una cueva, que servía de establo. En tan humilde vivienda nació el Hijo de Dios, el Verbo eterno, el Señor de los Cielos y la Tierra, para confundir así la soberbia de los hombres. En aquel mismo instante, un ángel, rodeado de luz deslumbradora, se manifestó a algunos pastores que velaban sus rebaños, y les anunció el nacimiento del Mesías, señalándoles el lugar donde lo hallarían. Adoración de los reyes A los pocos días unos sabios de Oriente, vulgarmente llamados los tres Magos, guiados por una estrella prodigiosa que apareció en sus comarcas, se dirigieron a Jerusalén para adorar al recién nacido Mesías. Al llegar a la ciudad santa, preguntaron a Herodes por el lugar donde había nacido el rey de los judíos. A tan extraña pregunta se turbó Herodes, reunió a los Príncipes de los sacerdotes y Doctores de la ley y les preguntó dónde había de nacer el Mesías. La Asamblea contestó que debía de nacer en Belén de Judá, según la profecía de Miqueas: —Y tú, oh Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales de Judá, porque de ti nacerá el caudillo que gobernará mi pueblo de Israel. Con tales informes salieron de Jerusalén los piadosos reyes, y siguiendo el curso de la estrella milagrosa, llegaron donde se hallaba el divino Infante; y humildemente postrados, le ofrecieron oro, incienso y mirra. En seguida, avisados por un ángel, regresaron por otro camino a su patria, sin poner el hecho en conocimiento de Herodes. Presentación de Jesús en el Templo A los cuarenta días de su nacimiento, Jesús fue presentado en el templo por José y María, que depositaron al divino Infante en los brazos del anciano Simeón a quien había sido revelado que antes de morir vería al suspirado Mesías. Estrechando al Niño contra su corazón, exclamó: —Ahora, Señor, deja a tu siervo morir en paz; porque mis ojos han visto al Salvador, enviado por ti, para iluminar las gentes y traer a Israel la salvación.
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