En el orden personal, la Providencia dispuso una afinidad y una amistad de convivencia que, salvo excepciones, es mayor que todas las demás: entre madre e hijo. Esta afinidad entre la madre y el hijo no tiene similitud con nada, a no ser con su arquetipo*, que son las relaciones de Nuestro Señor Jesucristo con la Santísima Virgen. Este es el arquetipo y el sueño de todo católico en materia de amistad. La madre ama a su hijo cuando es bueno. Sin embargo, no lo ama solo por ser bueno. Lo ama hasta cuando es malo. Lo ama simplemente porque es su hijo, carne de su carne y sangre de su sangre. Lo ama generosamente, e incluso sin buscar ninguna retribución. Lo ama en la cuna, cuando todavía no tiene capacidad de merecer el amor que le es dado. Lo ama a lo largo de la existencia, ya sea que suba al apogeo de la felicidad o de la gloria, o ruede por los abismos del infortunio e incluso del crimen. Es su hijo y todo está dicho. Sabemos que la bendición de la madre es preciosa condición para que la súplica del hijo sea escuchada, su alma sea firme y generosa, su trabajo sea honesto y fecundo, su hogar sea puro y feliz, sus luchas sean nobles y meritorias, sus venturas honradas y sus infortunios dignificantes.
Plinio Corrêa de Oliveira in A procura de almas com alma – Excertos do pensamento de Plinio Corrêa de Oliveira, recogidos por Leo Danielle, Edições Brasil de Amanhã, São Paulo, 1998, p. 226-227. * Arquetipo: Modelo original que sirve como pauta para imitarlo, reproducirlo o copiarlo; o prototipo ideal que sirve como ejemplo de perfección de algo.
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