La existencia de un infierno eterno es una verdad de fe, definida por la Iglesia en concilios, símbolos de la fe y documentos del Magisterio. Además, las referencias a él en las Sagradas Escrituras son incontables, incluyendo esta impresionante sentencia del Divino Salvador: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). En esta afirmación, la existencia del infierno es incuestionable (“fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”), como también la eternidad de las penas infernales y la separación de Dios (“apartaos de mí, malditos”). El mismo evangelista registra otras afirmaciones del Salvador en que el tormento sensible del infierno es ilustrado con la privación del brillo de la presencia divina, las tinieblas exteriores, el llanto y el rechinar de dientes. Por ejemplo, Jesús describe así la suerte que les espera a quienes le niegan: “los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 8, 12). Asimismo, en la parábola del banquete de bodas, refiriéndose a aquel que no estaba vestido adecuadamente para la fiesta (es decir, sin inocencia), el Señor dice: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 22, 13). Y, una vez más, considerando al siervo infiel de la parábola de los talentos, Jesús dice: “echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 25, 30). En la parábola del trigo y la cizaña, Nuestro Señor explica: “el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13, 41-42). En el Evangelio de san Marcos encontramos otra severa advertencia sobre el infierno. Jesús insiste en el fuego que no se apaga y en el gusano que no muere. Esto simboliza la eternidad de los dos mayores tormentos del infierno: la pena de los sentidos (el fuego) y la pena de daño (el gusano, que representa el continuo remordimiento, la privación de la presencia y de la esperanza en Dios): “El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la gehenna. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la gehenna, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Mc 9, 42-48). Estos terribles ejemplos demuestran satisfactoriamente cómo el Divino Salvador insistió en el castigo eterno para preparar a sus oyentes para su conversión y por último su salvación eterna.
Luis Sergio Solimeo, La vida después de la muerte a la luz de la doctrina católica, Artpress, São Paulo, 2000, p. 37-39.
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