PREGUNTA Los medios de comunicación tratan con cierta frecuencia del problema de la homosexualidad. ¿Podría usted decir qué enseña la Iglesia Católica al respecto, y qué recomienda para alejarse de ese vicio? RESPUESTA
Con mucho gusto me honra dar a mis estimados lectores alguna orientación sobre el problema de la homosexualidad y el homosexualismo. Un asunto tan delicado, pero también tan actual como funesto. A respecto de la homosexualidad, la doctrina católica distingue entre la tendencia homosexual (homosexualidad) ––que puede deberse a defectos genéticos, de educación o a factores psicológicos y morales–– y la práctica homosexual (homosexualismo). Tendencia homosexual La tendencia homosexual es una pasión, es decir, un apetito desordenado, que ya denota un desvío de la naturaleza, pues el instinto sexual normalmente solo se manifiesta con relación a personas de otro sexo, una vez que fue dado al hombre y a la mujer con miras a la procreación. La persona que sufre esa tentación ––contraria a la naturaleza, es necesario realzar–– tiene la obligación moral de combatirla a sangre y fuego, y a no consentir absolutamente en nada de lo que ella pide. Ni en pensamientos, ni en palabras, ni en actos. Si la persona actúa así, estará exenta de culpa. La tentación estará vencida y se habrá alcanzado una victoria. ¡Lo que se traduce en aumento de gracia y virtud! La pasión puede solicitar hasta vehementemente a hacer un acto malo, pero si la persona que es tentada no consiente, luchando para alejar el mal pensamiento y huyendo de las ocasiones de caer, no solo no comete pecado, sino que gana méritos ante Dios, por la batalla victoriosa que traba contra las malas inclinaciones que tiene dentro de sí, triste herencia del pecado original. ¿Cómo combatir esa mala tendencia? Uno de los secretos para alcanzar la victoria en esa materia está en la estrategia del combate a los malos pensamientos. La batalla contra los malos pensamientos debe comenzar mucho antes de que ellos surjan en la imaginación o en la memoria, es decir, mucho antes de que nazcan en la cabeza. La resistencia debe comenzar por el combate a la raíz de esos malos pensamientos. ¿Cuál es esa raíz?
Generalmente las personas con tendencia homosexual son tendientes a una visión acentuadamente egoísta de la vida, de cuño sentimental y romántico. En el fondo, gustan de admirarse, de “adorarse”, de pensar que son maravillosas y sublimes, y de considerarse incomprendidas por los demás. Basados en esa mentira, al comienzo hasta imperceptiblemente, andan en la búsqueda de una “alma gemela” que las comprenda. Y una “alma gemela” del mismo sexo… Si una persona así no combate tal autocontemplación y ese sueño a respecto de su supuesta sublimidad, ella pone el pie en la rampa, resbalando después hacia todos los monstruosos desordenes de la vida homosexual. A ese respecto, pueden leer en la Sagrada Escritura lo que señala san Pablo en la Epístola a los Romanos, capítulo 1, versículos 21 al 32. Es impresionante. Otro secreto es la fuga de las ocasiones próximas de pecado. Según la doctrina católica, existe una obligación moral sub grave de evitarlas. Una ocasión de pecado es próxima cuando se percibe que puede llevar luego al pecado. Por ejemplo, mantener una amistad y frecuentar ruedas del mismo sexo, con los cuales el individuo siente —por una solicitud de sus instintos desviados— una atracción homosexual. Así, hablar de “amistad” entre homosexuales sin temer que acabe, más tarde o más temprano, desencadenando en el acto abominable, es lo mismo que jugar a prender fósforos a dos milímetros de la boca abierta de un tonel de gasolina y no prever una explosión. No es lícito. Práctica homosexual Por otro lado, la práctica homosexual —o sea, mantener relaciones sexuales con personas del mismo sexo— constituye un pecado abominable a los ojos de Dios, de aquellas faltas que la Iglesia clasifica como “pecados que claman a Dios por venganza”. De hecho, en la Sagrada Escritura existen varias condenaciones explícitas a ese pecado, mostrando elocuentemente su ignominia. Basta citar el proverbial ejemplo de las ciudades de Sodoma y Gomorra, que fueron destruidas en un apocalíptico diluvio de fuego venido del cielo, como castigo por ese pecado (cf. Gen c. 18 y 19). También en el Levítico la condenación al homosexualismo es clara y radical: “Si un varón se acuesta con otro varón como con una mujer, ambos han cometido una abominación: han de morir; caiga su sangre sobre ellos” (20, 13). Existen aún condenaciones al abyecto acto sodomita en otros libros de la Biblia, que sería superfluo acrecentar. Refinamiento desenfrenado de lujuria No siempre la práctica homosexual (homosexualismo) deriva de una tendencia (homosexualidad) observada desde la juventud o incluso desde la infancia. Muchas personas se vuelven homosexuales por un refinamiento desenfrenado de lujuria. Quieren tener nuevas “experiencias” en esa materia; esto, aunque antes eran perfectamente normales, o sea, heterosexuales de tendencia y de práctica. Esto constituye un pecado aún más grave, pues no se trata apenas de una concesión a una tendencia desarreglada y antinatural que quizás la persona ya tenía, sino de la búsqueda deliberada de un pecado contra la naturaleza, por el ansia de nuevas sensaciones torpes y vergonzosas, severamente prohibidas por Dios. “Víctima” del homosexualismo Otras veces una persona con una tendencia originalmente normal, heterosexual, puede ser “forzada” —note bien: forzada— a adoptar prácticas homosexuales debido a una prolongada permanencia en ciertos ambientes de bajo nivel moral, como penales, embarcaciones en viajes prolongados, etc. En este caso el pecado, aunque gravísimo y abominable, puede no tener el mismo grado de abominación del caso anterior, principalmente si la persona es víctima de violencia para que consienta en el acto torpe. Sin embargo, debe heroicamente oponer toda la resistencia posible, sacrificando hasta su propia vida, a ejemplo de una santa Inés, de santa María Goretti y de tantos otros héroes de la fe y de la pureza. Las personas que adoptan prácticas homosexuales en estas dos circunstancias, generalmente terminan siendo bisexuales, o sea, con tendencia y prácticas sexuales indistintamente con personas del mismo sexo y del otro. En este caso, sus prácticas homosexuales constituyen un pecado gravísimo contra la naturaleza, que claman a Dios por venganza debido al extremo grado de malicia que les es propio; mientras que las relaciones heterosexuales fuera del matrimonio, constituyen un pecado de fornicación o, más grave aún, de adulterio. La importancia de la oración y de los sacramentos Para evitar eso, es necesario pedir la gracia de Dios y una especial protección de la Santísima Virgen. Lo que se consigue rezando y frecuentando asiduamente los sacramentos. Porque, sin el auxilio sobrenatural de la gracia, ningún hombre es capaz de cumplir establemente los Diez Mandamientos, sobre todo el 6º y el 9º, más aún en el mundo permisivo en que vivimos.
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