Cornelio a Lápide
Entendemos por indiferentes a los que no se ocupan de religión alguna. Sean todas verdaderas o falsas, o una verdadera, y sea la que fuera, poco les importa; no se ocupan de tal cosa… Si hay un Dios, si se le debe un culto, qué culto se le debe, qué hemos de creer, si existen o no dogmas sagrados, qué hemos de practicar, y qué debe evitarse, si el alma es inmortal, si hay un juicio después de la muerte, un cielo, un infierno, una eternidad, si el hombre tiene un fin, y qué fin es este, son cuestiones que no les inquietan ni les ocupan absolutamente. Poco les importa que haya una revelación, ni que Dios haya hablado y mandado o prohibido algo: su religión es no tener ninguna… Todos los que descuidan las prácticas religiosas, son más o menos indiferentes; la indiferencia es la que mantiene en ellos esta deplorable pereza espiritual… Aunque crean, por otra parte, todo lo que la Iglesia enseña; no practicándolo, caen en la indiferencia, su fe está muerta. Los indiferentes son aquellos seres nulos de que habla el Salmista (13, 3). No estudian la Sabiduría ni la ciencia de los santos, dicen los Proverbios (30, 3). “No os engañéis —dice el gran Apóstol—: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará” (Gal 6, 7). Ceguedad y culpabilidad de los indiferentes Dios, dice Bossuet (Oración fúnebre de Ana de Gonzaga), ha hecho una obra en medio de nosotros, que, desprendida de todas las demás causas, e independiente de todo, llena todos los tiempos y lugares, y lleva por toda la faz de la tierra, con la impresión de su mano, el carácter de su autoridad: tal es Jesucristo y su Iglesia. Puso en esta Iglesia una sola autoridad, capaz de abatir el orgullo y de levantar al humilde, y que, igualmente idónea para los sabios que para los ignorantes, imprime a unos y a otros un mismo respeto. Contra esta autoridad se rebelan los libertinos con un aire de desprecio, y los indiferentes la miran con desdén. ¿De dónde han sacado que la pena y la recompensa solo sean para los juicios humanos, y que no haya en Dios una justicia, cuyo destello es la que brilla entre nosotros? Y si existe tal justicia soberana, y por consiguiente inevitable, divina, y por consiguiente infinita, ¿quién nos dice que no obre nunca según su naturaleza, y que una justicia infinita no se manifieste al fin con un suplicio infinito y eterno? ¿Dónde están pues los impíos y los indiferentes, y qué seguridad tienen contra la venganza eterna con que se les amenaza? ¿Irán, a falta de mejor refugio, a sumergirse en último término en la sima del ateísmo, y cifrarán su reposo en un delirio que no cabe en el espíritu? ¿Quién resolverá sus dudas? Su razón, que toman por norte, solo les presenta conjeturas y tropiezos. Los absurdos en que caen negando y despreciando la religión, son más insostenibles que las verdades cuya profundidad les asusta; y por no creer misterios incomprensibles, siguen uno tras otro todos los incomprensibles errores. ¿Qué es pues en último resultado, y qué significa su despreciada incredulidad, su imperdonable indiferencia, sino un error sin fin, un error criminal, una temeridad que todo lo aventura, un aturdimiento voluntario, y en una palabra un orgullo tan desmedido que no puede sufrir su remedio? ¡Qué culpable ceguedad, qué irreparable desgracia pasar la vida entera en una indiferencia culpable sobre el porvenir del alma, y olvidar totalmente los deberes de hombre, de cristiano, viviendo y muriendo en esta ciega indiferencia! ¡Qué terrible será el momento de despertar en la eternidad! “Despierta tú que duermes —dice el Apóstol de las Gentes—, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará” (Ef 5, 14).
* Jean-André Barbier, Tesoros de Cornelio A Lápide, Soler Hermanos, Vich, 1867, t. III, p. 13-14.
|
![]() El jardín de Picpus y las carmelitas mártires de Compiègne |
![]() |
La abolición de la tiara pontificia Como muy bien señala nuestra consultante, el gesto de Paulo VI del 13 de noviembre de 1964, cuando abandonó el uso de la tiara papal durante el Concilio Vaticano II y la dejó a los pobres, estuvo cargado de simbolismo y provocó diversas reacciones... |
![]() |
¿Jesucristo podría haber tenido una vida humana? Tengo amigos que no comprenden cómo Jesucristo, siendo Dios, podía tener una vida verdaderamente humana, y por eso yo quisiera saber cómo eran la Persona y la vida humana de Nuestro Señor Jesucristo. En otros términos, cómo era posible que Nuestro Señor sintiera dolores físicos o aflicciones morales, si al mismo tiempo, siendo Dios, vivía en la absoluta felicidad de la Santísima Trinidad. Y también si, por ejemplo, Él podía contraer alguna enfermedad, resfriarse, etc... |
![]() |
El Picaflor Cierta vez, en la terraza de una hacienda donde me encontraba, un picaflor se detuvo de repente en el aire y comenzó a sorber el néctar de las flores de una enredadera. Succionaba de flor en flor... |
![]() |
¿Por qué el tercer secreto de Fátima no fue divulgado en 1960? A continuación reproducimos la segunda parte de la entrevista que el autor del best seller “Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?”, Antonio Augusto Borelli Machado, concedió a nuestro colaborador Benoît Bemelmans, con motivo del centenario de las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima... |
![]() |
Los Estados no pueden obrar como si Dios no existiera El Estado tiene el deber de cumplir por medio del culto público las numerosas e importantes obligaciones que lo unen con Dios. La razón natural, que manda a cada hombre dar culto a Dios piadosa y santamente, porque de Él dependemos, y porque, habiendo salido de Él, a Él hemos de volver, impone la misma obligación a la sociedad civil... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino