Después de haber cometido alguna falta San Alfonso María de Ligorio Le darás a tu amantísimo Dios claras muestras de tener en Él plena confianza, si después de haber cometido algún pecado no te avergüenzas de postrarte a sus pies para implorar su perdón. Acuérdate de que Dios está tan inclinado a perdonar a los pecadores, que al verlos alejados de sí y muertos a la divina gracia, se lamenta de su perdición y con amorosas voces los llama, diciendo por su Profeta: Y ¿por qué ha de morir? ¡oh casa de Israel! … Convertíos a mí y viviréis (Ez 33, 11). Y promete acoger amoroso al alma que le ha abandonado, luego que se arroja en sus brazos. Convertíos a mí, les dice, y yo volveré a vosotros (Zac 1, 3). ¡Ojalá entendiesen los pecadores la bondad con que los espera el Señor para perdonarlos! Por eso da largas el Señor, dice Isaías, para poder usar de misericordia con vosotros (Is 30, 18). ¡Ojalá llegasen también a comprender que todo su afán no es castigarlos, sino verlos arrepentidos, para abrazarlos y estrecharlos contra su corazón! Yo juro, dice el Señor Dios, que no quiero la muerte del impío, sino que se convierta de su mal proceder y viva (Ez 33, 11). Y si no le acogiere con misericordia y bondad, entonces venid y discutamos, dice el Señor; aunque vuestros pecados os hayan teñido como la grana, quedarán vuestras almas blancas como la nieve (Is 1, 18). Como si dijera: Arrepiéntanse, pecadores de haberme ofendido, y después acérquense a mí, y si no les perdonase, discutan conmigo, acúsenme y llámenme infiel; pero no; jamás faltaré yo a mi palabra: si vienes a mí, sabe que tu conciencia, aunque esté más negra que la semilla del carmín a causa de tus pecados, yo la tornaré más blanca que el campo de las nieves. Dice también el Señor que, cuando un alma se arrepiente de haberle ultrajado, Dios se olvida de todas las iniquidades que contra Él cometió. Por consiguiente, cuando tengas la desgracia de caer en algún pecado, levanta los ojos al cielo, haz un acto de amor de Dios y, confesando humildemente tus culpas, espera con toda confianza el perdón de ellas, diciendo al Señor: Este corazón, Dios mío, que tanto amas, está enfermo (Jn 11, 3) y cubierto de llagas; sana mi alma, porque pequé contra ti (Sal 40, 5). ¿Vas buscando pecadores arrepentidos? Aquí tienes postrado a tus pies a uno que implora tu favor. El mal, hecho está: ¿qué debo, pues, hacer? Tú no quieres que pierda la confianza; aunque soy pecador, todavía me quieres mucho y yo también suspiro por tu amor; sí, Dios mío, te amo con todo mi corazón; me arrepiento de los disgustos que te he dado, y estoy resuelto a no ofender más a un Dios tan suave, benigno y de gran clemencia (Sal 85, 5). Perdóname y hazme oír aquellas regaladas palabras que le dirigiste a la Magdalena: Han quedado perdonados tus pecados (Lc 7, 48), y dame la fortaleza que necesito para guardarte en adelante fidelidad y amor. Para no desalentarte, dirige una mirada, en estos casos, a Jesucristo crucificado; ofrece sus méritos al Eterno Padre, y espera confiado el perdón, puesto que para perdonarte a ti no perdonó a su propio Hijo (Rom 8, 32). Dile, pues, con entera confianza: Pon los ojos en el rostro de tu Cristo (Sal 83, 10). Mira, Dios mío, a tu Hijo muerto por mí, y por el amor que tienes a tu Hijo, perdóname. Graba, sobre todo, alma devota, en tu corazón este documento que de ordinario dan todos los Padres de la vida espiritual: acudir a Dios después de cada falta cometida; aunque caigas cien veces al día, recobra luego la paz después de cada falta, y acude al Señor, como te he dicho. De lo contrario, desalentado y turbado por la falta cometida, ya no tendrás valor para conversar con Dios, flaqueará tu confianza, se enfriará el deseo de amar al Señor y adelantarás bien poco en el camino de la perfección. Al contrario, recurriendo a Dios sin demora, y pidiéndole perdón y prometiéndole la enmienda, las mismas caídas serán escalones para subir a la cumbre del amor divino. Entre amigos que se aman cordialmente, sucede a veces que el uno disgusta al otro; pero si el ofensor se humilla y pide al agraviado perdón, entonces, lejos de romperse, se estrecharán más los lazos de amistad. Así debes portarte con Dios; obra de modo que tus defectos sirvan para apretar más las cadenas del amor que a Él te unen. En las dudas Cuando te asalte alguna duda en el gobierno de tu alma o en la del prójimo, imita a los amigos fieles, que nada hacen sin mutuo consejo, y nunca dejes de dar a Dios esta muestra de confianza, pidiéndole consejo y suplicándole que te dé luces para obrar conforme a los designios de su voluntad. Dile con Judit: Ponme tú las palabras en la boca y fortifica mi corazón en esta empresa (Jdt 9, 18). Y con Samuel: Habla, Señor, que tu siervo escucha (1 Re 3, 10). Dime, Señor, lo que debo hacer o aconsejar, que así lo haré. En las necesidades del prójimo Debes manifestar tu confianza en Dios, no solo cuando se trata de encomendarle tus necesidades, sino también las ajenas. Agrada mucho a Dios que, olvidado alguna vez de tus propios intereses, le hables de los intereses de su gloria, de las miserias que agobian a tu prójimo, y especialmente de los que gimen bajo el peso de la tribulación, de las almas del Purgatorio, sus esposas queridas, que suspiran por verle en el cielo, y, finalmente, de los pecadores que viven privados de su gracia. Por los pecadores puedes hablarle de esta manera: “Siendo Tú, Señor, tan amable, mereces ser infinitamente amado; ¿cómo sufre tu piedad ver a tantas almas en el mundo que, a pesar de colmarlas de beneficios, en vez de suspirar por conocerte y amarte, te ofenden y menosprecian? ¡Oh Dios mío amabilísimo! Date a conocer; hazte amar. Santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino. Sea tu nombre adorado y amado de todos, y reine tu santo amor en todos los corazones. No me despidas, Señor, sin haberme otorgado alguna gracia para esas almas infelices, en cuyo favor imploro tu misericordia”. Deseos del cielo Dicen que en el Purgatorio son castigadas con particular castigo, llamado de languidez, las almas que mientras vivieron en este mundo desearon tibiamente el Paraíso. Y con razón son castigadas, porque el no desearlo con ardor es tener en poco el reino de los cielos que nuestro Redentor nos ha ganado con su muerte. Por esta razón no te olvides, alma devota, de suspirar de continuo por el Paraíso, diciendo al Señor que te parecen mil años los que tienen que pasar antes de amarlo y verlo cara a cara en el reino eterno de la gloria. Arde en deseos de salir de este destierro y lugar de pecados, donde se corre tanto peligro de perder la divina gracia, para llegar cuanto antes a la patria del amor, donde le amarás con todas tus fuerzas. Dile a menudo: “Señor, mientras viva en el mundo, estoy siempre en peligro de abandonarte y perder tu amor; ¿cuándo se acabará esta vida, durante la cual tanto te he ofendido, para ir al cielo a amarte con toda mi alma y unirme a Ti, sin temor de perderte jamás?”. Por este fin postrero suspiraba siempre santa Teresa de Ávila, y se alegraba cuando oía el reloj, pensando en que había pasado una hora, juntamente con el peligro de perder al Señor. Suspiraba por la muerte, con el fin de poder ver a Dios; y tan grande era su deseo de morir, que parecía quitarle la vida; que esto es lo que canta en su admirable canción: “que muero porque no muero”. En fin, si quieres dar gusto al amantísimo Corazón de tu Dios, procura hablar con Él lo más a menudo que puedas, y con entera familiaridad y confianza, que Él no se desdeñará de responderte y hablará contigo. No te dejará oír su voz de modo externo y sensible; pero te hablará interiormente sin palabras ni estrépito de razones, cuando te apartes de las criaturas para hablar a solas con Él. Le llevaré a la soledad, dice el Señor por Oseas, le hablaré al corazón (Os 2, 14). Entonces te hablará por medio de sus inspiraciones y luces interiores, por los mil testimonios de su bondad, por los inefables consuelos que inundarán tu corazón, por las prendas que te dará de perdón y de paz, por la esperanza
* Del trato familiar con Dios, Editorial Apostolado Mariano, Sevilla, 2001, p. 12-15.
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