Quiénes eran los Santos Reyes Magos? ¿Y aquella providencial P. Cornelio a Lapide Los varones privilegiados, conocidos en el cristianismo como los tres Reyes Magos, fueron elegidos para estar entre los primeros —después de la Santísima Virgen, san José y los pastores— en adorar al Divino Infante en la gruta de Belén. ¿Quiénes eran? ¿Y qué era exactamente la radiante estrella que les condujo a través de las áridas montañas de Judea hasta su encuentro con el Salvador? Cornelio a Lapide (1567-1637), célebre exégeta jesuita, lo explica en sus comentarios sobre el Evangelio donde se narra el episodio: “Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’” (Mt 2,1-2). Jesús nació en Belén de Judea, en los días del rey Herodes Judea significa aquí la tribu de Judá, a la que se unió la tribu de Benjamín después del cisma de las diez tribus provocado por el rey Jeroboán. Estas dos tribus formaron el reino de Judá. San Mateo añade la referencia a Judea para distinguir a Belén de la ciudad del mismo nombre situada en la tribu de Zabulón, en Galilea (Jos 19, 15). San Jerónimo asimismo lo comenta. Este Herodes que menciona san Mateo era Antipas, hijo de Herodes el Grande, idumeo de raza, a quien el Senado estableció, por recomendación de Antonio, como primer rey de Judea conquistada por los romanos (cf. Flavio Josefo, Libro 14, Ant. c. 18). San Mateo menciona a Herodes para dejar claro que el cetro había sido transferido de Judá a un extranjero, como lo era Herodes. Había llegado, pues, la hora del Mesías o Cristo, ya que el patriarca Jacob había predicho que esta sería la señal de su advenimiento (Gn 49, 10). Así lo afirman san Juan Crisóstomo y Teofilacto. Herodes el Grande, consciente de esta profecía, se aplicó el oráculo a sí mismo para fortalecer su reino. Quería ser aceptado como el Mesías, por lo que construyó un magnífico templo para los judíos y lo dedicó en el aniversario del día en que comenzó su reinado (cf. Josefo, libro 15, Ant. c. 14 y libro 20, c. 8). Herodes Antipas fue quien hizo decapitar a san Juan Bautista, revistió a Nuestro Señor con una túnica blanca y se burló de Él durante su Pasión. Su hijo, Herodes Agripa, mató a Santiago el Mayor, hermano de san Juan, y murió herido por un ángel. Y el hijo de este Agripa fue Herodes Agripa II, ante quien apeló san Pablo cuando estuvo prisionero (Hch 25, 23). Los Reyes Magos vinieron del Oriente a Jerusalén La palabra magos era común entre los persas, por lo que la traducción persa de san Mateo dice magusan: magos o sabios, astrólogos o filósofos. La palabra parece derivar del hebreo, que proviene del radical haga, meditar; de ahí magim, los que meditan. En efecto, la meditación es la clave de la sabiduría, como dice Ptolomeo. Por tanto, aquellos que meditan son o se convierten en sabios. Según san Jerónimo, los caldeos llamaban magos a sus filósofos, siguiendo a los hebreos. Por eso los árabes, sirios, persas, etíopes y otros orientales —cuyas lenguas derivan del hebreo o son similares a él— llaman magos a sus sabios y astrólogos, según afirman Plinio y Tertuliano. La expresión correspondiente en griego (apó anatolôn) significa de las partes orientales, lo que indica que estos Magos procedían de diversas regiones o provincias orientales. La opinión común de los fieles es que eran reyes, gobernantes o príncipes. Esta creencia está claramente defendida por san Cipriano, san Basilio, san Crisóstomo, san Jerónimo, san Hilario, san Isidoro, san Beda y Tertuliano, todos ellos citados por Maldonado, Baronio y Barradio. Sin embargo, san Mateo no los llama reyes, sino magos, porque a ellos les correspondía reconocer a Cristo por medio de la estrella. Por eso también se les llama reyes de Tarsis y reyes de Saba y de Arabia (Sal 71, 10). Como afirma san León, los Magos pensaban que había que buscar al Rey de los judíos en Jerusalén, porque en la ciudad real vivían los sumos sacerdotes, los escribas y los doctores de la ley, quienes, por los oráculos proféticos, probablemente sabían dónde y cuándo iba a nacer Cristo. De hecho, les informaron que el Mesías nacería en Belén. Los Magos, aunque contaban con la guía de la estrella, quisieron prudentemente consultar también a los intérpretes vivos de la voluntad de Dios. Por eso, la estrella se retiró por un tiempo, como para obligarlos a buscar a los escribas. Porque es voluntad de Dios que los hombres sean enseñados a encontrar el camino de la salvación por medio de los hombres y maestros que Él mismo indica. ¿Cuántos fueron los Reyes Magos? Fueron tres, según las tres clases de regalos que ofrecieron: oro, incienso y mirra (San Agustín, Serm. 29 y 33, de tempore). La piadosa tradición de los fieles favorece la misma opinión, y la Iglesia la introduce en el oficio de la Epifanía. San Beda, al comienzo de su Collectanea, los nombra y describe así: “El primero fue Melchor, un anciano de cabellos grisáceos, larga y abundante barba, que ofreció oro al Señor Rey. El segundo fue Gaspar, joven, imberbe y rubicundo, que honró a Dios con incienso, una oblación digna de la divinidad. Y el tercero era Baltasar, de piel oscura y barba cerrada, que con su mirra testificó que el Hijo del Hombre debía morir por la salvación de la humanidad”. Los Magos fueron a honrar al Rey de los judíos que acababa de nacer
Es necesario destacar la fe y la grandeza de alma de los Magos, que en una ciudad real buscaron a otro rey en lugar del monarca reinante, sin temer la ira y el poder de Herodes, porque confiaban en Dios. Es probable que otros, además de los Magos, hayan visto la estrella. Porque si era grande, brillante y visible para ellos, ¿por qué no lo iba a ser para los demás? Dios quiso que Cristo fuera conocido por todo el mundo. Sin embargo, nadie siguió la estrella con los Magos, bien porque no comprendían su misterio, bien por preocupaciones mundanas. Aprendemos así cuán necesaria es la gracia poderosa y eficaz para buscar a Cristo. San Juan nos amonesta a este respecto: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado” (Jn 6, 44). El eclipse de sol que tuvo lugar durante la Pasión de Cristo fue visto en Atenas por san Dionisio Areopagita, y más tarde se convirtió al saber que el eclipse se produjo el mismo día y a la misma hora que la crucifixión de Nuestro Señor. El autor de la Obra imperfecta sobre san Mateo, citado por san Juan Crisóstomo, afirma que, después de la resurrección de Cristo, el apóstol santo Tomás fue al país de estos Magos, los bautizó y los asoció a la tarea de predicar el Evangelio. No pocos exegetas afirman que estos Magos, mientras predicaban a Cristo, fueron asesinados por los idólatras y obtuvieron la corona del martirio. Se ofrecieron a sí mismos como holocausto a Cristo, como oro, incienso y mirra. En su Crónica, Lucio Dexter dice que “en Arabia Feliz, en la ciudad de Sesania, ocurrió el martirio de los tres santos Reyes Magos, Gaspar, Melchor y Baltasar”. Desde Sesania, sus sagrados restos fueron llevados a Constantinopla, de allí a Milán y de Milán a Colonia, donde son venerados por un gran número de fieles. La estrella del Rey de los judíos La estrella era del Rey de los judíos, es decir, de Cristo o del Mesías recién nacido. Parece que desde allí esta estrella extendió sus rayos con mayor longitud y brillo en dirección a Judea —del mismo modo que los cometas extienden sus colas en dirección a tal o cual país— para que los Magos comprendieran que debían ir en dirección a Judea, donde nacería el Mesías. San Gregorio dice sabiamente: “Todos los elementos daban testimonio de que su Creador había venido. Los cielos lo reconocieron como Dios, y por eso enviaron su estrella. El mar le reconoció, sintiéndole caminar sobre sus olas. A su muerte, la tierra lo reconoció a través de los terremotos. El sol lo reconoció ocultando sus rayos. Y también las rocas y las piedras al romperse. El infierno [Seno de Abraham] le reconoció expulsando a los muertos que contenía. Sin embargo, Aquel a quien los elementos inanimados sentían como el Señor no era reconocido como Dios por los corazones de los judíos incrédulos” (Hom. 10). Viendo la estrella, los Reyes Magos entendieron que Cristo había nacido
Balaán había profetizado al respecto: “Nacerá una estrella de Jacob” (Núm 24, 17). Pero los Magos eran los sucesores de Balaán, y también sabían por la Sibila que aquella estrella era precursora de Cristo. Esta es la opinión de san Basilio, san Jerónimo, Orígenes, san León, Eusebio, Próspero, san Cipriano, Procopio y otros. De ahí que Suetonio (De vita Caesarum, Vespasianus) y Cicerón (lib. 2, de Divinat., y Orosio, lib. 6, c. 6) digan que era entonces creencia general que un rey surgiría de Judea y tendría dominio universal. Probablemente por un instinto y una revelación divina, inspirados por un don celestial, “oyeron una lengua del cielo que les dijo que Cristo había nacido en Judea. Y así siguieron la estrella hasta Belén y la cuna de Cristo” (San Agustín, Serm. 2 de Epiph.). En efecto, el brillo y la majestuosidad de la estrella eran tan grandes que los Magos se dieron cuenta de que presagiaba algo divino, es decir, la venida de Dios encarnado, según les inspiró el Espíritu Santo. El semblante divino del Niño Jesús proyectaba un rayo de luz celestial que iluminaba los ojos, pero sobre todo las mentes de los Magos, para que se dieran cuenta de que aquel recién nacido no era un simple hombre, sino el verdadero Dios. Porque, como dice san Jerónimo comentando el capítulo noveno de san Mateo: “El esplendor y la majestad de la divinidad oculta, que brillaban incluso en su rostro humano, eran capaces de atraer inmediatamente a quienes lo contemplaban”. ¿La estrella de Belén podría ser un nuevo astro? ¿O un ángel? Nada más apropiado que una estrella para conducir a los tres Reyes Magos a Cristo, el Rey de reyes, porque una estrella tiene la apariencia de una corona real, con sus rayos resplandecientes. Por tanto, una estrella es un emblema de un rey y de un reino, de ahí la promesa de Dios a Abrahán: “Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas”. Luego añadió: “Así será tu descendencia” (Gn 15, 5). Aquí Dios designó a los reyes de Israel y de Judá que habían de brotar de Abrahán, pero sobre todo a Cristo Rey. Por eso Dios le dijo explícitamente a Abrahán: “Y reyes nacerán de ti” (Gn 17, 6). Así dice san Fulgencio: “¿Quién es este Rey de los judíos? Pobre y rico, humilde y exaltado, cargado como un recién nacido y adorado como un Dios; pequeño en el pesebre, inmenso en el cielo, indigente entre los paños, precioso entre las estrellas” (Serm. in Epiph. 5). Uno se pregunta de qué tipo y cuán grande era esta estrella. ¿Era de la misma naturaleza que las demás? ¿O era peculiar y diferente de ellas? El autor de De mirabil. S. Script. sostiene que esta estrella era el Espíritu Santo, que descendió sobre Cristo como una paloma y guió a los Magos por medio de una estrella (libro 3, c. 40). Orígenes, Teofilacto, san Crisóstomo y Maldonado opinan que se trataba de un ángel, porque de hecho un ángel era el motor y, por así decirlo, el conductor de la estrella. Otros sostienen que se trataba de un astro real similar al que apareció en la constelación de Casiopea en 1572 d.C. Y otros piensan que era un cometa. Pero yo respondo que se trataba de una estrella nueva y desconocida, enteramente diferente de otras estrellas, formada por los ángeles para despertar la admiración de los Magos y conducirlos a la certeza del presagio de algo nuevo y divino. Era superior a otras estrellas debido a nueve privilegios y dones: 1. En cuanto a su creación, esta estrella superó a todas las demás, que fueron producidas en el cuarto día de la Creación (Gn 1, 14), mientras que aquella fue producida en la misma noche de la Natividad de Cristo. Era, pues, una estrella nueva, nunca vista antes ni después. Esto lo dice san Agustín (lib. 2, Contra Faustum, c. 5). 2. En cuanto a la materia, los ángeles la formaron del aire condensado, infundiéndole su esplendor. 3. En cuanto a su ubicación, las demás estrellas están en el firmamento, pero esta estaba en la atmósfera. Y precedió a los tres Reyes Magos en su viaje de Arabia a Judea. 4. En cuanto al movimiento, las estrellas se mueven en círculos, pero esta de forma lineal. En efecto, se desplazaba en línea recta de Este a Oeste. 5. En cuanto al tiempo, las estrellas solo brillan de noche, y la luz del sol las oscurece durante el día. Pero era clarísima, tanto de día, cuando brilla el sol, como de noche. 6. En cuanto a su duración, las estrellas brillan continuamente, pero esta brilló temporalmente, tan solo durante el tiempo que duró el viaje de los Magos, y luego desapareció. 7. En cuanto al tamaño, las estrellas son mayores que la Tierra y la Luna, pero esta era menor. Sin embargo, parecía más grande porque estaba más cerca de la Tierra. Del mismo modo que la Luna parece mayor que las estrellas fijas porque está más cerca de nosotros, aunque en realidad es mucho menor.
8. En cuanto a la movilidad, esta estrella a veces se ocultaba, como en Jerusalén, mientras que otras veces se mostraba visible y guiaba el camino. Cuando los Magos avanzaban, ella avanzaba; cuando descansaban, ella descansaba. Finalmente, se posó sobre la casa donde estaba el Niño Jesús. Cumplida su misión, desapareció. Las otras estrellas no tienen esta propiedad. 9. En cuanto a su esplendor, superaba a todas las demás estrellas. San Ignacio [de Antioquia], que vivió poco después de Cristo, escribió en su epístola a los Efesios: “Un astro brilló en el cielo más que todos los demás, y su luz era indecible, y su novedad sorprendente”. Y Prudencio, en su himno para la Epifanía: “Aquella estrella que supera al sol en belleza y esplendor”. San Crisóstomo dice lo mismo. Por eso san León dice en su sermón de Epifanía: “Una nueva estrella apareció en la región del Oriente a los tres Magos. Era más brillante y más hermosa que todas las demás estrellas. Atrajo hacia sí los ojos y la mente de quienes la contemplaban, de modo que enseguida se comprendió que esa extraña visión no carecía de finalidad”. Suárez añade que la estrella solo brillaba durante el día en lugares cercanos a los Magos, pero que por la noche estaba más alta y era menos visible. Los Reyes Magos eran astrónomos, y fueron llamados de una manera muy adecuada por una estrella. Por eso mismo sabían que no se trataba de una estrella cualquiera, sino de un prodigio que anunciaba un acontecimiento divino. Así comprendieron que había nacido el Creador y Señor de las estrellas, a quien todas las demás obedecen. Por eso la Iglesia celebra con tanta solemnidad la fiesta de la Epifanía, en la que los Magos fueron llamados a adorar a Cristo, porque en ellos y por ellos comenzó el llamado y la salvación de los gentiles. Vimos su estrella en el Oriente En el sermón de la Epifanía, dice san León: “Dilectísimos hermanos, reconozcamos en los Magos, que adoraron a Cristo, las primicias de nuestra vocación y de nuestra fe. Y con el alma exultante celebremos el inicio de la bienaventurada esperanza, porque hemos comenzado a entrar en la posesión de nuestra herencia eterna”. Y san Agustín lo confirma: “Los Magos fueron las primicias de los gentiles, y nosotros somos el pueblo de los gentiles. Esto nos fue anunciado por la lengua de los apóstoles, pero a los Magos les fue anunciado por la estrella, como una lengua del cielo. Y los apóstoles, como otros cielos, nos narraron la gloria de Dios” (Serm. 2 de Epiph.).
Fuente: Cornelius a Lapide, Commentaria in Scripturam Sacram, in Matthaeum, c. II, Ludovicus Vives, París, 1860, vol. 15, p. 70-78. Traducción, resumen y adaptaciones: Renato M. de Vasconcelos.
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