Luis Dufaur San Lucas describe una de las notas particularmente suaves y dulces de la noche bendita en que nació el Salvador. Procede de los pastores que vivían en las proximidades de la gruta de Belén y vinieron a adorarlo, embargados de admiración, humildad y noble encanto. En su evangelio, san Lucas relata dónde estaban, qué hacían, la aparición inicial del ángel, la incorporación de los coros angélicos, su cántico, la reacción de los pastores, la adoración y luego su regreso, contando a todos la maravilla que habían contemplado, glorificando y alabando a Dios. El mensajero no fue otro que el arcángel San Gabriel. El divino embajador de la Encarnación era sin duda el más indicado para dar a conocer el nacimiento del Verbo de Dios encarnado. Al embajador celestial se unieron coros de ángeles que entonaron la primera y más maravillosa canción de Navidad. Los santos pastores de Belén
Pero después de este conmovedor relato, el silencio se apoderó de los santos pastores. ¿Cuántos eran? ¿Cómo se llamaban? ¿Qué fue de ellos? ¿Cuándo murieron? ¿Dónde fueron enterrados? Los encontramos en todos los nacimientos que se hacen en Navidad, representados según la imaginación de los fieles, pero poco o nada se nos enseña sobre ellos. Sin embargo, después del gran prodigio de Belén, tuvieron una vida maravillosa, de la que apenas se habla. El historiador Michael Ghattas Jahshan, en su libro Ruta de la Navidad,1 señala que a un kilómetro y medio al este de Belén, existe una colina con grutas naturales rodeadas de pinos, olivos y cipreses. Allí, santa Paula, fundadora de dos monasterios en Belén, y san Jerónimo, Doctor de la Iglesia, que vivió y murió en los alrededores de la misma ciudad, donde tradujo la Biblia Vulgata en latín en el siglo IV, vieron los restos de la Torre del Rebaño (Turris Ader, en latín), levantada sobre el lugar en que moraban los pastores, según informa la página web Arte Pesebre.2 Actualmente, en el mismo paraje, hay otra iglesia erigida en 1954 bajo el patrocinio de los religiosos franciscanos, custodios de Tierra Santa, conocida como Campo de los Pastores. Fue edificada sobre los restos de un antiguo monasterio, construido a su vez sobre una primitiva iglesia ampliada por el emperador Justiniano en el siglo VI. Debajo de la iglesia del Campo de los Pastores se encuentra la gruta que servía también de vivienda a los pobres zagales, que refugiaban allí sus rebaños por la noche para protegerlos de la intemperie. Hoy puede ser visitada por los peregrinos a Tierra Santa. Alrededor del año 670, el obispo francés Arculfo dejó registrada la existencia de una iglesia de tiempos de Constantino, junto a la Torre del Rebaño, que contenía las tres tumbas de los pastores. Por tanto, es históricamente indiscutible que los pastores fueron tres, que sus tumbas se consideraron lugar santo ya en los primeros siglos y que se les atribuyeron muchos milagros, como veremos. En las pinturas y esculturas más tradicionales de las iglesias, suelen estar representados en ese número, como en los frescos de la iglesia del Campo de los Pastores. Uno es un adolescente, otro es un anciano y, por último, el tercero es un adulto de mediana edad que toca una flauta. ¿Cómo llegaron a España? Hacia el año 960, unos piadosos caballeros que habían participado en el intento de defender Jerusalén llevaron los cuerpos de los tres santos pastores a Ledesma, en la provincia de Salamanca, España. Preveían que la invasión islámica los pondría en peligro, pues la furia anticristiana se estaba apoderando de toda Tierra Santa. La urna traída desde la Torre del Rebaño pasó por Fuenterrabía (Hondarribia, en euskera), en Guipúzcoa, donde se halla una pequeña arqueta vacía de mármol blanco con tres compartimentos que sería el sepulcro provisional de los tres pastores de Belén. Habría sido traída del lugar de Oriente donde fueron enterrados originalmente. El arqueólogo C. Guarmani la encontró en Belén y la obsequió, a finales del siglo XIX, a Antonio Bernal de O’Reilly, cónsul general en Siria y Palestina. Este, a su vez, la donó a la iglesia de Hondarribia. El erudito historiador Remigio Hernández Morán asegura que ella conservó en un principio los restos de los pastores, según informó La Gaceta de Salamanca.3 Según Hernández Morán, “los cuatro o cinco siglos que siguen de silencio en torno a los restos de los pastores tras su llegada a Ledesma se deben a la Reconquista”. El peligro moro, con su estela de crímenes y profanaciones, acechaba esta región del centro de España. “Como medida de precaución ante una posible desaparición o profanación por parte de los árabes, decidieron ocultarlos”, explicó. Años más tarde, una vez desalojados los invasores islámicos, se decidió recuperar los restos y erigir una nueva iglesia, dedicada a San Pedro y Santiago, para allí venerarlos. Sin embargo, se había perdido el recuerdo del lugar exacto donde se encontraban. Pero la construcción continuó, y he aquí que, mientras se trabajaba la tierra para colocar los cimientos, las preciosas reliquias de los pastores aparecieron intactas. Reconocimientos oficiales A partir de aquel día, la historia de las reliquias de los santos pastores registra innumerables milagros, especialmente uno muy grande concedido a la comarca de Ledesma. La región padecía una gran sequía hasta que el 25 de mayo de 1164 se abrió el arca que contenía las reliquias de los santos pastores. Después de hacer las rogativas prescritas, en pocas horas cayó una lluvia que duró cinco días. El profesor Hernández Morán descubrió, en los archivos vaticanos, un breve del Papa Inocencio XI, del 10 de julio de 1677, concediendo indulgencia plenaria, cumplidas las condiciones de piedad, “a la cofradía bajo la advocación de los santos Jacobo, Isacio y Josefo, canónicamente erigida y fundada en la iglesia parroquial de San Pedro de la villa de Ledesma, diócesis de Salamanca” varios días al año, especialmente en el primer domingo después de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo y en las fiestas de Navidad. El breve pontificio fue dado en Roma, en la basílica de Santa María la Mayor, detalla el periódico local Heraldo-Diario de Soria.4 Finalmente, las reliquias fueron depositadas en la iglesia dedicada a San Pedro y San Fernando, y el obispo salmantino Andrés Josef del Barco, en el mes de julio de 1786, redactó el acta de “Reconocimiento de los huesos que se dicen de los pastores que adoraron al Niño Dios en Belén”. El acta describe el contenido con estas palabras: “Una cabeza entera; media hecha tres cascos; cuatro huesos grandes de canillas; diez pedazos de calavera; veinticuatro costillas, y una mandíbula; catorce huesos medianos; quince de espinazo; siete pedazos de costillas pequeñas; tres pedazos pequeños de cuero; dos pedazos pequeños que parecen de corteza de árbol; tres pedazos de lienzo; una cuchara pequeña de palo quebrada por el cabo; un pedacito de hueso liado en un papel pequeño; otro más pequeño liado en otro papel sin rótulo; un ojo al parecer, liado en un papelito; en otro papel mayor varios pedazos de hueso sin rótulo; un pedazo de palo desconocido; unas tijeras grandes, un papelito con las inscripción siguiente ‘De los gloriosos Josefo, Ysacio y Jacobo Pastores de Belén, que merecieron ver, y adorar los primeros a Cristo Dios y hombre recién nacido en el Portal’”. Este documento acompaña actualmente los restos contenidos en el arca. El historiador Méndez Silva, en el siglo XVII, confirma tanto el número de los pastores como sus nombres, y añade que los tres murieron vírgenes un 25 de diciembre, 40 años después de aquella divina noche de Navidad. En 1864, sus restos fueron trasladados a la actual iglesia de San Pedro y San Fernando, en el arrabal de Los Mesones. No obstante, el polvo del olvido ha caído sobre ella y su tesoro, debido a la pérdida generalizada de interés por la religiosidad popular y al menosprecio racionalista por las reliquias, contra las que se alega falta de autenticidad. El cofre quedó bien guardado, pero su memoria volvió a perderse hasta 1965, durante la restauración de la iglesia, cuando se encontró el tesoro olvidado bajo el altar mayor dedicado a San Pedro, todo él de madera, forrado con piel de oveja y cordero, y primorosamente decorado. Cuando se abrió, aparecieron restos humanos con la auténtica (certificado de autenticidad) que dice: “Los gloriosos Josefo, Isacio y Jacobo, pastores de Belén que merecieron ver y adorar los primeros a Cristo, Dios y Hombre recién nacido en el Portal”, que aún pueden leer los devotos en los días de exposición. Ninguna otra localidad reclama la posesión de restos relacionados con los Pastores de Belén, como suele ocurrir con algunas otras reliquias. Esto refuerza la certeza de que son incontestables. El padre Casimiro Muñoz, antiguo párroco de la localidad, tuvo la amabilidad de recibir a los periodistas de Arte Pesebre, satisfizo sus inquietudes y respondió a sus preguntas relacionadas con los Pastores de Belén, facilitándoles toda la información verbal y escrita que solicitaron. En la víspera de la Nochebuena, las campanas de la basílica romana de Santa María la Mayor repican con intervalos de diez minutos, en recuerdo de la antiquísima costumbre de los pastores de comunicar a sus colegas más alejados de toda la comarca el anuncio angélico, utilizando cualquier instrumento ruidoso que tengan a su alcance. Los fieles de Ledesma veneran la urna abierta de los santos Josefo, Isacio y Jacobo, y en el mundo entero los católicos siguen su santo ejemplo en todos los nacimientos de iglesias y residencias familiares. Pastores y reyes A este respecto, comenta Plinio Corrêa de Oliveira: “El anuncio a los pastores fue diferente del que se hizo a los Reyes Magos, que lo recibieron de forma mística y silenciosa. “Don Guéranger, gran teólogo, observa que la dignidad de los reyes era mayor que la de los pastores, pero estos últimos fueron los primeros en llegar con el anuncio angélico. Pertenecían al pueblo elegido, mientras que los reyes que llegaron después representaban a los pueblos gentiles. “El anuncio fue hecho a los pastores por ángeles y a los reyes magos por una estrella y comunicaciones místicas silenciosas. Don Guéranger sostiene que merece mucho más la pena creer de este modo en la palabra de Nuestro Señor que a través de un milagro externo. Así se aplican las palabras de Jesús a santo Tomás: ‘¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto’ (Jn 20, 29)”. La paz prometida a los pastores en 2024 Terminamos este artículo con otros comentarios del profesor Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995) ligeramente adaptados a las circunstancias presentes: El año termina sumido en un caos generalizado, como el año pasado, pero con el potencial de una confusión y un riesgo aún mayores en todos los países de Occidente y de Oriente y en la propia Iglesia Católica. Es el momento de implorar el cumplimiento del canto angélico que escucharon los pastores en la primera Navidad: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). Mas no una paz y una tranquilidad cualquiera. Existe la paz de los cementerios, en su inmovilidad, tristeza y silencio: no es esa. Solo existe verdadera paz en las iglesias donde se profesa íntegramente la doctrina católica, apostólica y romana, donde el rito se celebra en completa armonía con el culto y el dogma católicos. ¿Y cuántas habrá? ¿Dónde encontraremos en la tierra la paz que Nuestro Señor Jesucristo quiso traer al mundo? Por desgracia, en muy pocos lugares. La encontramos en el celestial nacimiento, en cuyo pesebre, el Rey de la paz acoge amorosamente a las criaturas humildes, no apenas a los pastores, sino incluso a sus animales. Los santos pastores eran soldados de la paz y el orden, mientras la tierra gemía en la rebeldía y en la desgracia del desorden supremo, fingiendo fiesta y alegría, difundiendo el falso anuncio de que se avecinaba un año mejor. La paz de Cristo en el Reino de Cristo implica la lucha por el orden contra el desorden, como cuando en el cielo San Miguel arcángel y los ángeles de la fidelidad expulsaron a Satanás y a los ángeles de la infidelidad, indignos de permanecer en las mansiones celestiales y que hoy siguen disipando su humareda en la Iglesia
Notas.- 1. Ghattas Jahshan, M., Ruta de la Navidad, Ed. Iepala, Madrid, 1990; José Luis Martín Martín y Santiago Martín Puente, Historia de Ledesma, Ed. Diputación de Salamanca, 2008, p. 151-158.
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