El delito moral de la eutanasia tiene una horrible cara oculta que ha sido desvelada en libros especializados Santiago Fernández En España, después de tres años de eutanasia legal, un estudio científico reveló las perturbaciones psicológicas y mentales que padecen los “eutanasiadores” — médicos o enfermeros que aprietan el botón que inocula el veneno en el “paciente” que es asesinado “legalmente”. Los ejecutores de la eutanasia son presentados como pioneros de una nueva cultura montada para ahorrar sufrimientos. Pero por detrás de ese velo falaz existe una realidad sombría “en la que el médico a veces cuida y a veces mata, y tiene que convencerse de que lo que hace, que siempre estuvo prohibido, ahora está bien”, señala Religión en Libertad.1 El drama comienza en la conciencia, la cual apunta silenciosamente al “eutanasiador” que actúa como un verdugo que acude para matar, según se desprende de los testimonios recabados. Se buscan sofismas para equiparar una sedación a la dramática extinción de una vida humana. Sin embargo, de las propias declaraciones de los “eutanasiadores”, se percibe que ellos intuyen que “no es normal” administrar un veneno letal a una persona. Los medios de comunicación solo dan voz y espacio a la emergente casta de los que ejecutan la eutanasia y afirman tener la conciencia tranquila. Pero no quieren hablar de los fantasmas que los persiguen. El referido estudio trae a la luz la dolorosa realidad. Dos “eutanasiadores” declararon sentir resquemor hacia la institución para la que trabajan, porque consideran que no les dio el tratamiento psiquiátrico adecuado. “Un resquemor —afirma el reportaje de Religión en Libertad 2— que no se parece a nada y que nuestra civilización desconocía”: el resquemor del que mata porque se lo mandaron, pero que le corroe por dentro sin que nadie lo ayude. Las investigaciones en otros países que enumera el estudio español catalogan las causas de los dramas del “eutanasiador”: criterios poco claros o cambiantes para decidir a quién se puede matar y a quién no; dudas sobre aplicar la eutanasia a pacientes psiquiátricos o ancianos; remordimiento e incertidumbre sobre si con mejores cuidados paliativos podrían haber evitado la eutanasia; dudas sobre el consentimiento del paciente; dudas sobre problemas jurídicos que pueden surgir; malestar cuando sienten que están siendo presionados por otros y el común malestar de pensar que lo que hizo estuvo mal. En los Países Bajos y en Bélgica el sistema intenta banalizar los casos “límite” y amplía las fronteras de la muerte inducida. Los “eutanasiadores” muy sensibles son puestos de lado y, en su lugar, se va formando una casta de profesionales endurecidos e insensibles. En Andalucía, donde tanto pacientes como médicos son mucho más católicos, resultó extremamente difícil formar una brigada de “eutanasiadores”. Por ello, la consejera de Salud y Consumo, Catalina García, anunció una ambulancia de la muerte, dotada de un equipo itinerante para practicar la eutanasia en la región andaluza. Incluso la eutanasia de animales causa traumas a quienes la practican Después de consultar a 2.600 veterinarios noruegos, la investigadora Helene Seljenes Dalum constató que los profesionales que habitualmente sacrifican animales, tienen pensamientos suicidas graves; mientras que los veterinarios que casi no lo hacen, apenas tienen aquella tentación.
Un informe de la Asociación Mundial de Veterinarios de Pequeños Animales (WSAVA) señala que las personas atraídas por una carrera veterinaria tienen trazos “idealistas y perfeccionistas”. Cuando entienden que la muerte sin dolor es lo mejor que pueden hacer por una mascota, sufren un impacto emocional. El sacrificio de animales afecta de tal modo a los veterinarios que llegan a tener el doble de riesgo de suicidio. Entonces, ¿qué pasará con los “eutanasiadores” humanos, que violan el juramento hipocrático y el mandamiento divino de “no matarás”? B. Kelly señala en su libro An indelible mark [Una marca indeleble] (2020), que entre el 30 y el 50% de los médicos confiesan que sufren una gran presión emocional después de realizar una eutanasia, mientra que entre el 15 y el 20% admiten que el impacto personal negativo perdura en el tiempo. El estudio Emotional and psychological effects of physician-assisted suicide and euthanasia on participating physicians [Efectos emocionales y psicológicos del suicidio asistido por un médico y la eutanasia en los médicos participantes] 3, realizado por Kenneth R. Stevens en 2006, reveló que uno de cada cuatro médicos se arrepiente de haber realizado una eutanasia y un 16% afirma que la funesta experiencia afectó negativamente su desempeño profesional. En 2005, la baronesa Finlay, de la Cámara de los Lores británica que discutía un proyecto en ese sentido, escuchó del “eutanasiador” holandés Dr. Mensingh van Charente que “la eutanasia no es un tratamiento médico, nunca te acostumbras a ella”. En el ensayo Behind the Scenes of Euthanasia [En los bastidores de la eutanasia] 4, el enfermero belga de cuidados paliativos François Trufin, describe el siguiente caso: “Un médico experimentado me dijo que ya había practicado demasiadas eutanasias. Con los ojos bañados en lágrimas, me confía que ciertas noches se despierta entre sudores teniendo delante de sí el rostro de personas que mató”. La eutanasia es el punto de llegada postrero de la mentalidad que pide el aborto y el control de la natalidad. El deseo de gozar la vida es el motor que empuja finalmente al precipicio de los abismos infernales. ¿Hasta dónde llegará esta onda contraria a la vida y a la moral católica?
Notas.- 1. https://www.religionenlibertad.com/vida_familia/879248846/ tres-anos-eutanasia-espana-afecta-peligrosamente-psique-eutanasiador.html.
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